Para cualquier persona de mediana edad la diferencia de la percepción que tenía del individualismo de sus años juveniles y las de hoy son muy distintas. En estos días el popularmente denominado “Yo-yo”, que no es más que el lugar común de “yoismo”, ha asaltado la personalidad del venezolano. Cada uno se siente superior al resto de sus congéneres. Quizá solo reconozca como superior a algún personaje público de la televisión o los deportes.
La pregunta pertinente es ¿Cuál es el motivo de este cambio generalizado de la sociedad hacia una exacerbación del individualismo?
La explicación quizá provenga de un posible cambio en el modelo paradigmático social, cultural, político, jurídico, religiosos, etc., del modelo continental europeo (para diferenciarlo del de las islas británicas) al estadounidense, a partir del final de la II Guerra mundial.
Para todos es sabido que el individualismo es una de las bases fundacionales del capitalismo. Nació bajo su espectro. De lo dicho podemos deducir que debe estar presente en todas las formas de capitalismo, incluyendo al imperialismo estadounidense. ¿Pero dónde puede residir su evidente diferencia con el practicado solo algunos años atrás, valga decir, del modelo paradigmático europeo?. Especularemos sobre el origen de esta diferencia.
En el inicio de la elaboración teórica del capitalismo (finales del siglo XVI e inicios del XVII) fueron los “fisiócratas” ingleses quienes dieron las primeras explicaciones sobre el origen de la propiedad sobre bases económicas y no la que hasta el momento privaba, las cuales provenían del libro sagrado (la Biblia). Acompañaba a esta explicación el origen de la organización social. Hablemos de esto último.
Para éllos, fundamentalmente Thomas Hobbes (1588-1679), los seres humanos comenzaron a hallarse en el bosque –la explicación partía de Europa, y no en África, cuna de la humanidad, donde sería en la selva- a partir de su crecimiento demográfico. Su situación originaria era el “Estado de naturaleza”, una permanente guerra entre unos y otros. Esto, según los fisiócratas, los llevó, por necesidad, a crear un contrato social que los permitiera compartir tanto el espacio geográfico como los recursos de la naturaleza –por cierto, en este contrato cedían su soberanía a una persona, para que sirviera de árbitro entre las partes, apareció, pues, la figura del soberano-. De esta explicación puede desprenderse que la sociedad está formada por individuos, que para garantizar su libertad exigen como contraprestación de la declinación de sus derechos en alguien, una carta magna que garantice sus derechos individuales o civiles ante el omnipotente soberano. La sociedad está conformada, según este pensamiento, por individuos, y es al Estado a quien hay que atajar, pues éste tiene la potestad de castigar, sin misericordia, a los infractores de las reglas.
Un modelo posterior a los autores ingleses fue el francés. Los teoricos de esta nacionalidad explican la individualidad de un modo distinto. Interpretan el origen del Estado y del contrato social con una explicación sociológica. De paso, se basan en las investigaciones, en este campo, de los británicos.
Para ellos, el ser humano está en la naturaleza organizado socialmente en horda salvaje. Su proceso de omnimización parte en ese estadio. Sale de élla agrupado, única forma de sobrevivir como especie en un ambiente hostil. Para los autores galos, es el grupo social quien conforma al individuo, le da cultura (sociológica), idioma, etc. La sociedad, pues, conforma al individuo. El contrato social y el Estado, cumple, según esta interpretación una función distinta a la explicación anglosajona. Son normas para la convivencia ciudadana y un aparato guardián de esas normas.
Esta diferencia en las interpretaciones de la individualidad, podría no tener ninguna consecuencia, pero no es así. Crea un altísimo nivel de impunidad, porque ata al aparato represor, llámese Estado, a los derechos individuales, llamados civiles en el modelo estadounidense. Prácticamente, se tiene que negociar con el infractor de la ley, para llegar a un juicio condenatorio. Debe ser también la explicación de los asesinos en serie, que en su egocentrismo pueden condenar al resto de la humanidad por imperfectos y por eso tiene el deber de suprimirlos.
En la cotidianidad las implicaciones deben ser desbastadoras en la personalidad del sujeto. Una alta autoestima sin correlato real, soledad, como consecuencia de la insatisfacción personal, resentimiento, mezquindad, deshonestidad, pues no se tienen empacho en robarse las ideas de los demás, porque tiene la imperiosa necesidad de destacarse del resto y simplemente considera al otro incapaz de competir en un mundo hostil, y por supuesto, tonto. Pero también debe producir apetencias, ínfulas, envidia, espíritu pugnás, competitividad, etc..
Se podrá alegar que éstas son condiciones presentes en todo ser humano, y no ser específico de ningún modelo social, cosa que puede ser cierta. Pero de lo que estamos hablando es de la exacerbación de esas condiciones de unos años para acá. Lo cual se lo achacamos al individualismo anglo–sajón.
El individualismo que calificamos como modelo europeo continental, marcado fundamentalmente por la Revolución francesa, se extendió por el mundo. El anglosajón, paso por debajo de este torbellino hasta sus colonias, especialmente a Estados Unidos. El cual a partir del final de la II Guerra Mundial, se convirtió en el nuevo paradigma a seguir, hasta por los mismos europeos. Y a partir de allí se ha generalizado su práctica en el mundo entero, hasta sociedades con antiquísimas y fuertes tradiciones culturales, como las asiáticas, o la musulmana.
Es difícil saber porqué medio se propaga, ni las causas de ello. Puede que tenga que ver con una sociedad evidentemente exitosa. Ha ocurrido en otras oportunidades, podemos tomar como analogía al Imperio Romano, del cual todo el mundo quería ser ciudadano. Su lengua, al igual que hoy el inglés, se hablaba en el mundo conocido en su época.
Caracas 7 de Noviembre de 2007
Guillermo Morillo
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