Francisco de Miranda nació en la caraqueña esquina del Hoyo, de la antigua Parroquia Santa Rosalía. Su niñez y su juventud, hasta los diecinueve años, transcurrieron en una de las casa adquirida por los Miranda situada en la histórica Esquina de Padre Sierra. Allí era vecino del Conde de San Javier, Don Juan Jacinto Pacheco. Con Miranda nacen las Parroquias San Pablo, Altagracia, La Guaira y La Candelaria. En aquel tiempo, Caracas contaba con una población de veinte mil habitantes y sus esquinas se veían alumbradas en la noche. Eran tiempos de revolución, de rebeldía, de asonadas contra lo establecido, todavía estaba en el ambiente la sublevación liderada por el canario Juan Francisco de León, el año de 1749, en contra del monopolio de la Compañía Guipuzcoana.
El joven Francisco cursó sus estudios en el Seminario de Santa Rosa, ubicado en la esquina de Monjas, luego ingresó a la Universidad de Caracas en “La Clase de Menores”, donde también cursó Artes, Lógica, Física y Metafísica. El rechazo de la oligarquía hacia su familia y en particular a la figura paterna, marcó su juventud lo suficiente como para llevarlo a desarrollar su carrera militar fuera de la patria.
Combate en África, Europa y América. Participa en dos de los principales hechos de la historia universal: la Independencia de Estados Unidos y la Revolución Francesa, al tiempo que va construyendo su archivo, una de las colecciones más completas sobre su época y fuente de primera mano para el estudio de la independencia americana, entre otros temas. Miranda, enriqueció constantemente su cultura con la adquisición y lectura de libros clásicos y modernos, en varios idiomas, a la vez que se destacó como fino ejecutante de la flauta traversa y observador crítico de las manifestaciones artísticas que nacían del calor de la Ilustración.
A raíz de su regreso a Venezuela en 1806, ahora como paladín de la libertad y con el futuro tricolor nacional en las manos, Caracas fue estremecida por el empeño de Miranda de hacer de su patria la primera República libre del imperio español. Y como siempre, la oligarquía agrupada en el Ayuntamiento de Caracas, mediante acuerdo del 5 de mayo, declara su fidelidad al Monarca y condena a Miranda por traidor. Este pronunciamiento fue seguido por los demás Cabildos de Venezuela. Las calles e iglesias de la ciudad se atestaron de fieles que suplicaban con plegarias y procesiones para que la empresa de Miranda fracasara y el Rey mantuviese la soberanía, mientras que en la Plaza Mayor el verdugo quemaba la bandera, su retrato y su proclama. La señal de alarma del Gobernador y Capitán General, Manuel Guevara Vasconcelos, le quitó el factor sorpresa e influyó, de manera determinante, en la derrota de la primera expedición llegada a las costas de Ocumare, sitio por el que, años después, Bolívar intenta desembarcar como continuación de la lucha por la independencia.
El Ayuntamiento no se conformó con el citado acuerdo, sino que apela a la manuficencia pública, llamando a las familias a contribuir con la captura de la cabeza de Miranda, vivo o muerto. El donativo sirvió para librar de todo tipo de sospecha o compromiso con la empresa de Miranda, principalmente a la oligarquía caraqueña.
La vuelta de Miranda a Caracas en 1810, estuvo rodeada por varios acontecimientos y no fue bien vista por sus detractores. En justo reconocimiento de sus esfuerzos en aras de la libertad, el pueblo de Caracas y el canónigo José Cortés de Madariaga, el 20 de diciembre, lo reciben en La Guaira con entusiasmo y alegría. Mientras tanto, las autoridades de la Independencia, amigos y enemigos, producen un nuevo acuerdo mandando a eliminar todos los papeles que agravien la figura del Precursor. Al acta de desagravio del Ayuntamiento de Caracas, le siguen las otras de las distintas provincias del país.
Tras la Capitulación de 1812, Miranda sucumbe ante la traición de Monteverde, quien no respeta los compromisos contenidos en el acuerdo firmado. A raíz de esto, el Generalísimo es hecho preso y mandado al Castillo de San Felipe de Puerto Cabello con grillos a sus pies y de allí a Puerto Rico, para terminar su gloriosa existencia en la cárcel de La Carraca de Cádiz, donde mueren el 14 de julio de 1816, Día de la Revolución Francesa. Miranda muere en circunstancias que aún están por esclarecerse.
A Miranda con palabras de Enrique Bernardo Núñez, le decimos: “… cuando un pueblo se dispone a conmemorar una existencia es como si hiciera el balance, la recapitulación de la suya propia. Se detiene un momento para recorrer la distancia entre ese grande hombre y su presente…”
256 años han pasado y el verdadero Miranda permanece oculto en las vitrinas de las bibliotecas y en los archivos venezolanos y extranjeros; en virtud de lo cual el Gobierno Revolucionario de la Alcaldía Metropolitana de Caracas está empeñado en escribir esa historia del inmortal y el más universal de los caraqueños.
POR LA COMISIÓN METROPOLITANA PARA EL ESTUDIO DE LA HISTORIA REGIONAL
(Sábado, 22 de julio de 2006)
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