La ciudad de Caracas, desde su nacimiento, es una contradicción en si misma. Muy lejos, por los distantes y remotos recovecos que la historia esconde celosamente, existió una comunidad aborigen que se sembró en las fértiles riberas del río padre; el Guaíre. Los llamados Indios Caracas habitaban en toda la extensión que da este valle pintado de rojo por las espigas del amaranto. Precisamente ese carmesí fue lo que deslumbró al conquistador español cuando entró a estas tierras, y blandiendo el arcabuz, con la armadura bien puesta y con los perros por delante, penetraron Caracas en busca de oro y un sitio para vivir.
Según la historiografía oficial, la fundación de la ciudad de Caracas la hizo Diego de Losada, el 25 de julio de 1567. Don Diego era hijo ilustre de la provincia de León y de él se dice que era caballero de la Orden de Santiago. Sin embargo, cualquiera de nosotros no necesita ser un especialista, ni hurgar mucho en los libros para dar con la versión de que no existen pruebas documentales de que tal hecho haya sido en la fecha indicada, ni mucho menos que haya sido su padre este “Adelantado”. Por el contrario, lo más que dicen los documentos es que se trata de una tradición el celebrar este hecho. Hay más, hasta hoy, la fundación de la ciudad se le atribuye a 3 personajes: al mestizo Francisco Fajardo; al español Juan Rodríguez Suárez y al propio Losada y cada uno puso un nombre distinto para a la incipiente poblado. Por tanto, estamos en presencia (con el perdón de los filósofos) de una verdadera aporía histórica.
Primero fue el Hato de San Francisco (nombre primigenio de la ciudad) llevada a cabo por Fajardo. Este hombre, que era hijo de una princesa Guaiquerí (Isabel) con un español, tuvo la tarea, por su mezcla de indígena y europeo, de venir “en son de paz a dialogar con los habitantes de Caracas y construir un asentamiento”. Cierto, pero siempre con la espada por delante y de paz: nada que ver.
Después vino la incursión de Juan Rodríguez Suárez, quien llegaba con el mérito de haber fundado Mérida. El Caballero de la Capa Roja llegó al valle portando su pluma en el yelmo y con la misión de repoblar los restos dejados por Fajardo y su ranchería. Así, Rodríguez creó San Francisco del Collado; segundo nombre que recibió la ciudad. A Rodríguez Suárez lo mataron los Caribes en la Loma de Terepaima, cerca de lo que hoy es San Antonio de los Altos y quemaron su asentamiento.
Losada es el tercero en tomar este valle por asalto, pero con el aliciente que las dos incursiones previas, producto de una larguísima guerra, ya habían ablandado el terreno y aniquilado una importante cantidad de indígenas. Es Losada quién se enfrenta al “Gran Unificador de las Naciones Caribes” (Guaicapuro) y lo derrota, consolidando por fin el proceso de pacificación (a la fuerza) del valle de los Caracas. Según algunos cronistas, este español esperó hasta los últimos días de julio para fundar oficialmente la ciudad, aunque repetimos, no existe ninguna prueba documental de ello. En resumidas cuentas, la ciudad ha pasado de San Francisco, a San Francisco del Collado y finalmente Santiago de León de Caracas. ¡Ojo!, eso sin contar los nombres indígenas, que no conocemos.
Entonces: ¿Por qué debe ser rechazada a priori la propuesta del Presidente de renombrar la ciudad, ya sin esos primeros títulos coloniales y que nos recuerdan la masacre cometida por los imperios europeos en este “Valle de Balas”, como canta Desorden Público? La mesa de la reivindicación histórica está servida y ya es hora de que alguien hiciera justicia con nuestros abuelos aborígenes.
Roger Blanco-Fombona
Según la historiografía oficial, la fundación de la ciudad de Caracas la hizo Diego de Losada, el 25 de julio de 1567. Don Diego era hijo ilustre de la provincia de León y de él se dice que era caballero de la Orden de Santiago. Sin embargo, cualquiera de nosotros no necesita ser un especialista, ni hurgar mucho en los libros para dar con la versión de que no existen pruebas documentales de que tal hecho haya sido en la fecha indicada, ni mucho menos que haya sido su padre este “Adelantado”. Por el contrario, lo más que dicen los documentos es que se trata de una tradición el celebrar este hecho. Hay más, hasta hoy, la fundación de la ciudad se le atribuye a 3 personajes: al mestizo Francisco Fajardo; al español Juan Rodríguez Suárez y al propio Losada y cada uno puso un nombre distinto para a la incipiente poblado. Por tanto, estamos en presencia (con el perdón de los filósofos) de una verdadera aporía histórica.
Primero fue el Hato de San Francisco (nombre primigenio de la ciudad) llevada a cabo por Fajardo. Este hombre, que era hijo de una princesa Guaiquerí (Isabel) con un español, tuvo la tarea, por su mezcla de indígena y europeo, de venir “en son de paz a dialogar con los habitantes de Caracas y construir un asentamiento”. Cierto, pero siempre con la espada por delante y de paz: nada que ver.
Después vino la incursión de Juan Rodríguez Suárez, quien llegaba con el mérito de haber fundado Mérida. El Caballero de la Capa Roja llegó al valle portando su pluma en el yelmo y con la misión de repoblar los restos dejados por Fajardo y su ranchería. Así, Rodríguez creó San Francisco del Collado; segundo nombre que recibió la ciudad. A Rodríguez Suárez lo mataron los Caribes en la Loma de Terepaima, cerca de lo que hoy es San Antonio de los Altos y quemaron su asentamiento.
Losada es el tercero en tomar este valle por asalto, pero con el aliciente que las dos incursiones previas, producto de una larguísima guerra, ya habían ablandado el terreno y aniquilado una importante cantidad de indígenas. Es Losada quién se enfrenta al “Gran Unificador de las Naciones Caribes” (Guaicapuro) y lo derrota, consolidando por fin el proceso de pacificación (a la fuerza) del valle de los Caracas. Según algunos cronistas, este español esperó hasta los últimos días de julio para fundar oficialmente la ciudad, aunque repetimos, no existe ninguna prueba documental de ello. En resumidas cuentas, la ciudad ha pasado de San Francisco, a San Francisco del Collado y finalmente Santiago de León de Caracas. ¡Ojo!, eso sin contar los nombres indígenas, que no conocemos.
Entonces: ¿Por qué debe ser rechazada a priori la propuesta del Presidente de renombrar la ciudad, ya sin esos primeros títulos coloniales y que nos recuerdan la masacre cometida por los imperios europeos en este “Valle de Balas”, como canta Desorden Público? La mesa de la reivindicación histórica está servida y ya es hora de que alguien hiciera justicia con nuestros abuelos aborígenes.
Roger Blanco-Fombona
No hay comentarios:
Publicar un comentario